El verdadero concepto de
la muy conocida y archiusada locución sustantiva española “BEL
CANTO”, es alterado desgraciadamente y con bastante más frecuencia
de la esperada, no solamente por meros aficionados a la música
vocal, al canto o a la ópera en sus múltiples variantes, sino
también por muchos profesionales y estudiantes de música... Dicha
locución tiene un significado muy exacto y exclusivo, al menos en su
primerísimo significado directo y restringido, “strictu sensu”.
Consideramos
que se trata de un error
considerable identificar el concepto propio y verdadero de bel canto
con la forma utilizada en el canto de las óperas, oratorios y
“cantatas” de los siglos XVIII y XIX” y todavía una
equivocación aún mayor identificarlo con la música y el canto
salidos de las manos de los compositores Donizetti (1797-1848) y
Bellini (1801-1835).
Sí, así de claro y meridiano...
En
principio, dejaremos claro el concepto verdadero de la locución que
no puede ser otro que su significado primario tomado “sensu
stricto”.
En todo caso, partiremos, pues, de lo que consideramos “la madre
del cordero” -en términos de andar por casa- y no es otra cosa que
el movimiento o fenómeno artístico y literario denominado BARROCO.
Todo gira a su alrededor.
Casualmente, las primeras manifestaciones musicales cantadas, “la
ópera italiana primigenia”, aparecen a finales del siglo XVI,
justa y precisamente cuando empieza a generarse, éste en rigor, uno
de los movimientos artísticos más inquietantes e interesantes de la
historia. Este “nuevo” espectáculo, la susodicha ópera
italiana, llamado a tener un grandísimo futuro, es un producto
absolutamente del Barroco y sólo puede entenderse la evolución de
sus primeros 150 años bajo las bases de este apasionante periodo
artístico y su más que estrecha relación con lo que entendemos por
“bel canto” en el sentido más exclusivo.
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A nadie se le escapa que hay palabras, frases, conceptos, que
comprenden significados muy diferentes si se toman en el sentido más
restringido o en el más amplio. Esto, sin contar con el paso del
tiempo, que cambia en ocasiones radicalmente el primitivo
significado. Es lo que nos sucede con lo que alegremente denominamos
“bel canto”.
BEL
CANTO, “stricto
sensu”
Entre la escasa bibliografía (1) sobre este poco estudiado asunto
-al menos en castellano-, contamos con el punto de vista de Rodolfo
Celleti que rigorosamente trabajado y documentado, se sitúa en la
acepción más restringida posible.
El
bel canto nace a finales del XVI “con
y en”
la ópera y como tal es una exclusiva manifestación más y de las
más genuinas del Barroco.
Esta aseveración puede crear la sensación de “caernos de un
guindo” si tenemos en cuenta la parca definición de la RAE que
veremos a continuación o la opinión de tantos y tantos aficionados
hartos de escuchar como “bel canto”, el canto “bello”,
hermoso, de maestros como Bellini y Verdi que, propiamente, no es
“bel canto”.
Por el momento, conviene anticipar lo que los Diccionarios entienden
por esta locución. Comenzando por el más antiguo en lengua
castellana, el TESORO de Covarrubias que, al datar del año 1611,
lógicamente nada nos puede decir cuando por esos años, tanto la
ópera italiana como el bel canto, andaban en mantillas. Sin embargo,
el que sí debería al menos recoger la locución sería el
Diccionario de AUTORIDADES, un siglo posterior -1726-, que tampoco lo
hace.
Hay que esperar al DRAE de la edición 21ª del año 2011 =
“Arte
del canto según el estilo de la ópera italiana romántica”
Ante tan tremendo error (NO. Jamás es ópera romántica), más vale
que otros diccionarios enmiendan lo dicho por la RAE. Así:
En
1999, el Diccionario
del español actual
de MANUEL SECO,
recoge la locución, si bien no la conceptúa de forma determinante,
aunque “menos es nada” =
“Arte
del canto según las tradiciones de la ópera italiana, en las que se
da especial relieve a la belleza del sonido y al virtuosismo”.
Afortunadamente,
el Diccionario
de uso del español
de MARIA MOLINER
del Año 2004, da en el clavo e incluso recoge los conceptos,
restringido y amplio de “bel canto” =
Acepción 1.- “Arte del canto según el estilo de la ópera
italiana de los siglos XVII y XVIII”
Reafirmamos que esta primera
acepción de Mª Moliner es el verdadero concepto y no otro de bel
canto.
Acepción 2.- “Por extensión, la ópera”
-
Totalmente
inaceptable
es la aseveración del DRAE
ya anotada líneas arriba.
Es
más, ello suscita la duda de la presunta culpabilidad de la RAE en
el grave error con el que principiamos este ensayo. Más nos
inclinamos por encontrar el origen del mismo en la gran similitud de
los dos idiomas romances más importantes de las penínsulas del Mare
Nostrum, Itálica e Ibérica, o sea italiano y español. “Traduttore:
traditore (Traductor: traidor) = bel canto, canto bel; bel = bello,
canto bello, hermoso, y ¿hay algo más bello que las melodías del
30 de Bellini? Sin embargo, en estas fechas, el Barroco ya ha sido
reemplazado por el Romanticismo.
BEL
CANTO, sentido
vago, lato, amplísimo.
“Donde
quiera que las jóvenes Musas se presentan, las masas las cocean”
(Ortega y Gasset)
Habitualmente, el sentido lato se identifica con la forma de cantar
en el llamado, nuevamente de forma muy poco precisa, “género
lírico”. Canto bello, canto hermoso, siempre con la voz impostada.
El ámbito del concepto, en exceso generoso como veremos, abarca
desde el nacimiento de la ópera hasta la actualidad y es un saco
donde puede caber casi todo.
De
momento, de lo anteriormente recogido en los Diccionarios, sólo es
válida la Acepción nº2 de Mª Moliner: -la
ópera-;
Naturalmente, donde quiera que el “sacrosanto y todopoderoso”
gran público desea opinar y lo hace de forma general, no hay otro
remedio que aceptar ésta su opinión general, como Mª Moliner
afortunadamente hace, incluyendo esa segunda acepción de bel canto =
Por extensión, la
ópera.
Aceptamos la segunda acepción de Mª Moliner, añadiéndole
la matización de la belleza de Seco; por tanto así:
“Bel canto dice tanto como la Ópera en general, y siempre
que dé especial relieve a la belleza del sonido y al virtuosismo”
Para estar de pleno acuerdo, habría que hacer dos matizaciones:
1ª
Habría que incluir todas las variantes de la ópera italiana donde
se utiliza
el bel canto tal como la opera-ballet francesa, las óperas cómicas
nacionales, las óperas alemana, inglesa, española, checa, polaca,
rusa... la zarzuela,
las operetas, la opera-balada inglesa, los singspiel,
cantatas, oratorios, etc, las canciones de época italianas,
francesas, españolas, lieder,
etc, etc.
2ª
El periodo abarcado de “ópera” sería desde su origen hasta el
final de los Romanticismos italiano y francés -verismo incluído-.
No
más allá:
ni atonalismos, ni dodecafonismos, ni bastante menos movimientos
musicales espurios (quizás “antimusicales”) difícilmente
encuadrables en un canto “bel” o hermoso. Siempre sospechamos que
el canto desarrollado en el final del siglo XIX, con sus
vanguardismos derivando hacia desarmonías, distorsiones, ruidos
diversos, etc, “eso” no podía ser belleza, no debía llamarse
bel canto.
En
cambio, sí nos parecen incluíbles bajo la locución las
exageraciones románticas, los extremos del drama musical y algunos
tremendismos veristas (no todos), pues nadie dudaría de que el
canto, en el terreno de Verdi,
Bizet,
Wagner,
R.Strauss
o Puccini
pueda no ser hermoso, precioso, bello. Más o menos es este sentido
como lo transcribe el estudioso publicista Olivier Merlin en su libro
Le
bel canto
(2):
“representa
la perfección del sonido cantado, la fusión ideal de la melodía,
el sentimiento y la expresión, la sonoridad perfecta que alcanzaron
los italianos y la gran Escuela francesa del siglo XIX”...
(…seguro que es gabacho este comentarista). Curiosamente, el
publicista llega a apuntar, con bastante fundamento, que las “óperas
modernas del verismo son la 'degeneración' del bel canto”.
Buceando en el concepto, entra en tierras movedizas cuando afirma a
continuación que “la
edad de oro se extiende a todo el XIX y que los 'cuatro grandes' son
Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi”
(Sobran nada menos que los tres últimos, netamente románticos) (¡)
frente a opiniones también suyas como “el
genio lírico de Puccini, último capítulo del belcantismo”.
Ese significado amplio tan poco riguroso al identificar toda la ópera
con el “bel canto” y bien que recogida por Mª Moliner, nos hace
recordar la severa admonición de Ortega recogida al inicio de este
Apartado si observamos el gran alejamiento de lo real con el
significado coloquial, “la ópera”, proporcionado a Moliner por
el vulgo, por las masas, evitando todo tono peyorativo.
Pero es un conocido especialista, E. Mordden quien insiste en la
equivocación:
“Hoy
denominamos la senda trazada por Rossini como la del bel canto,
aunque el bel canto sólo continuaba a principios del siglo XVIII y
ahora, alrededor de 1830/40, finalizaba definitivamente”.
A todo hay quien gane, y los reconocidos historiadores de la ópera
Brockway y Weinstoch meten la pata hasta el corvejón:
“El
bel canto es, ante todo, esencialmente belliniano... Coloca en primer
lugar la pureza de tono y facilidad de expresión y sólo en segundo
la intensidad dramática. Quienes lo practican con maestría emiten
sonidos tan bellos que el oyente cree que la música abandona la
tierra para convertirse en algo sobrenatural”.
CASI
BIEN, eso sí, cambiando
“bel canto”
por otra locución: “belcantismo
romántico”
¡Ahí es nada!
Deberíamos
hablar de neobelcantismo
o belcantismo romántico,
pero nunca de bel
canto.
BARROCO.- La ópera barroca y el bel canto
Comparando
todo lo que se ha escrito y profundizando sobre la literatura (teatro
incluído) y las artes plásticas de la Época Barroca, resulta
sorprendentemente pobretón el material dedicado a la música cantada
de ese periodo. Máxime, cuando las características más típicas y
tópicas de ese fenómeno cultural de primer orden que llamamos “el
o lo” Barroco, las encontramos de forma más diáfana y resaltable
en los estímulos de las artes que apuntan a los elementos
sensoriales, el oído y la vista,
más que a los elementos intelectuales. Ejemplo claro: En el teatro
cantado, en la Ópera, se nota más claramente la influencia de este
movimiento
artístico que, por ejemplo, en los escritos más o menos prosaicos,
históricos, biográficos, científicos, cantares de gesta, novelas y
cuentos...
Teatro musicado y cantado hubo desde tiempos pretéritos pero, ahora,
nos vamos a demorar en una época muy precisa, años anteriores al
1600, y fijar nuestra atención en las representaciones de este
particular espectáculo híbrido que discurrieron durante los dos
siglos subsiguientes. Hibridismo apoyado en las dos vertientes que
constituyen el entramado operístico = el teatral y el musical. Aun
cuando el barroco influyó por igual ambas vertientes, se merecen un
examen separado una de otra.
En los albores o primeros escarceos barrocos, lo teatral más
se inclinaba por los aspectos visuales; grandes y complejas
escenificaciones, exuberantes y espectaculares escenarios, dejando de
lado los valores literarios.
Compositores,
dramaturgos, comediógrafos y “gentes de teatro” de la época
ensayaron variados tipos de representaciones, danzas, torneos,
justas, competiciones, “naumaquias”, carruseles, carros,
carromatos y plataformas alegóricos, con música, danzantes y
cantantes (incluso danzantes ecuestres), dejando para más tarde,
comedias, dramas, pastorales, intermedi
(3), hasta alcanzar lo que sería su máximo: la ópera italiana.
De todos es conocido que la tragedia griega era cantada. Y
precisamente este dato es el que movió a músicos, eruditos y
artistas de la Florencia de la última década del siglo XVI a
buscaar un espectáculo similar a aquél. Los madrigalistas de fines
del XVI ya hicieron sus pinitos queriendo imitar los escenarios
dramático-musicales del mundo griego, mal que apoyados en la
polifonía, poco apropiada para expresar los sentimientos y pasiones
base del teatro lírico barroco.
El
madrigalista Luca Marenzio
estrenó en Florencia en 1589
Il
Combattimento d'Apolino col Serpente;
por los mismos años, en Mantua, se representan Il
pastor fido
de Giovanni B. Guarini
y los famosos seis intermedi
de Cavalieri,
Peri
y Caccini.
Estos dos últimos compositores -también cantantes (hoy, mejor
“cantautores”)- iban a desempeñar un papel vital en la génesis
de la ópera barroca y en el bel canto. Tres años más tarde, la
“comedia madrigal” de Vecchi,
L'Anfiparnaso
y, por fin, el Comte Bardi
y la Camerata Florentina, junto a Jacopo Corsi,
son quienes materializan en el año de 1600
el estreno de la Euridice
(4) de Peri,
quien, además, publicó poco antes su “favola per musica”,
Dafne,
para los carnavales de 1597,
primicia de la que, en la actualidad, sólo se conserva el libreto.
![]() |
2 Don Pedro Calderón de la Barca, que influyó
poderosamente en los aspectos teatrales de la
incipiente ópera barroca.
|
El barroco busca en sus espectáculos -siempre con música- un teatro
basado en lo artificioso, afectado y rebuscado, en las antípodas de
la realidad, buscando la idealización estilizada sin el lastre del
equilibrio en el empleo de los medios expresivos; con sus pies en la
exaltación sentimental, en el cultivo de lo “supermaravilloso” y
la “hiperexuberancia” colorista; enraizado en lo desmedido, lo
exagerado, en el placer de las antítesis...
Todas estas expresiones que se pueden encontrar en cualquier manual o
estudio sobre el arte literario barroco, vienen como anillo al dedo
para describir los espectáculos de la primera centuria de vida del
llamado género lírico (la ópera italiana).
El teatro lírico italiano necesitaba de elementos propios y
específicos para su desarrollo. Por el lado escénico tenía los
ejemplos cercanos del teatro español. Recordamos a Lope de Vega,
pero sobretodo las comedias mitológicas y los autos sacramentales de
Don Pedro Calderón de la Barca con sus aparatosas
escenografías, la maquinaria complicada tras las bambalinas y
decorados para conseguir los efectos visuales más espectaculares, la
suntuosidad de los asuntos apoyados en la música, la danza y el
canto logrando un impactante efecto visual y auditivo, en suma,
“sensual”.
Cualesquiera de las manifestaciones del barroco es proclive a las exageraciones, tanto visuales como auditivas, a los excesos y que, sin duda, hay que poner freno. Así lo podemos constatar viendo las ilustraciones que adjuntamos nos 2, 4, 6 y 7.
Cualesquiera de las manifestaciones del barroco es proclive a las exageraciones, tanto visuales como auditivas, a los excesos y que, sin duda, hay que poner freno. Así lo podemos constatar viendo las ilustraciones que adjuntamos nos 2, 4, 6 y 7.
Precisamente el barroquísimo teatro calderoniano le hace a Valbuena
Prat catalogar la ópera como el tan manido “espectáculo
integral”:
“...
Calderón, que dirigía el conjunto del espectáculo, se anticipaba a
la concepción del teatro como síntesis de todas las artes, de
Wagner”.
![]() |
5 Luís XIV en
el papel de Apolo en el Ballet-Opera de la Nuit, representado en
París en 1653.
|
No es cualquier cosa el bel canto... En rigor, su concepto no puede apartarse de unas pocas líneas maestras pero, en todo caso pasaba por una condición “sine qua non”, apoyarse en la belleza de unos sonidos vocales expresivos en sí mismos y suficientes para expresar las emociones.
No
hizo falta inventar nada, ahí estaban esas singulares, chillonas y
poderosas voces de los castrati
(5), los capones humanos, profesionales adiestrados tras largos y
durísimos años de estudio. Los Estados Pontificios dejaron que se
extendiera la práctica de la castración a pesar de su expresa
prohibición. Coincidiendo con la entrada del XVII, Clemente VII
admitió los primeros eunucos en el Coro. Éstos sustituyeron a los
grupos de cantantes sopranistas de cualquier índole. Famosos fueron
a partir del siglo XVI los grupos de cantantes españoles
(falsetistas o lo que fueran), únicos autorizados a interpretar las
partes de soprano en la Capilla Pontificia de Roma. Las autoridades
napolitanas siguieron el sistema y comenzó la curiosa e importante
etapa del predominio en iglesias, palacios y todo tipo de escenarios
de estas voces antinaturales.
El
recelo de la Iglesia a que las mujeres cantaran en los coros
eclesiásticos venía de antiguo. No hizo falta esperar al último
tercio del XVII con la concreta prohibición de Inocencio XI,
reafirmando lo que dice la Biblia, “Mulier
absit a choro”
(que la mujer sea alejada del coro). Por otra parte, no había
excesivos problemas en sustituir sus voces por las de niños o
sopranistas cualesquiera. La ambigüedad de los Papas de los siglos
XVII y XVIII suponía, por un lado, el disfrute de las voces de sus
particulares “ángeles cantores” en la Capilla Pontificia
mientras que, por el otro, prohibían la castración terminantemente,
si bien se saltaban la interdicción a su antojo, eso sí “ad
honorem Dei”
(por la gloria de Dios). Así, sin cachondeos. De esta guisa,
abrieron las puertas a estos músicos mutilados que, como queda
dicho, sustituyeron con ventaja a los tradicionales falsetistas.
…
Aun cuando pensamos que los
“impresarii”
de los teatros de la época, sin necesidad de escudarse en las
sotanas, hubieran cometido las tropelías necesarias para sus fines
“artísticos” y comerciales pero, eso sí, “en aras del arte”.
Al aficionado a la ópera le puede traer sin cuidado lo que pueda
significar el bel canto o el género lírico y escuchar cualquier
tipo de ópera sin saberlo y sin ver alterados sus nervios, lo cual
no implica caer en ideas erráticas, insulsas e incluso erróneas
como muchos textos que se recogen en Internet.
De la ópera barroca al belcanto romántico
Si
la esencia del bel canto barroco pasa por la invención de un mundo
mágico ajeno a la realidad, sus elementos básicos serán
inamovibles para ese fin. Uno de sus pies forzados es su estrecha
relación con los “castrati”.
Ya desde Monteverdi se reservaron los roles de divinidades o
superhéroes míticos a las potentes y estridentes voces de los
eunucos cantores, esas figuras extrañas e increíbles a los ojos de
hoy, capaces de pechar con los pasajes más endiablados de
vocalización, en difinitiva los “primo
uomo”,
sopranistas o contraltistas en rivalidad con las “prima
donna”
sopranos o contraltos, mientras que las voces de los personajes
normales y vulgares estarán representadas por tesituras menos
brillantes, sopranos o mezzos cortas, baritenores y bajos cantantes.
En todo caso, los intérpretes debían ser verdaderos músicos,
muchas veces lo que ahora denominamos cantautores, para poder
improvisar con todo tipo de ornamentos, agilidades, disminuciones,
los “filados” de hoy, sprezzature,
gorgheggi,
messa
di voce
y todos los recursos de la técncia llevada a sus últimas
consecuencias.
Sin
embargo, no hay que pensar que durante esos doscientos años de su
monopolio en el mundo de la voz impostada, el bel canto constituyó
un bloque monolítico inalterable. El paso del tiempo fue cambiando
características, elementos, formas, desarrollando estímulos en su
búsqueda de una u otra expresión, cargando el acento en unos o en
otros. No es lo mismo el bel canto de Lully
que el de Gretry
(son 100 años de distancia), ni el belcantismo de Monteverdi
que el de Handel
-los separan más de cincuenta años-, ni tampoco ambos maestros
trabajan igual los materiales, en el caso del italiano para componer
Orfeo
(1607)
o L'Incoronazione
di Poppea
(1643),
que Almira
de 1705
o Xerxès,
treinta años más tarde, según el maestro establecido en
Inglaterra. Hay mucha distancia de la Florencia de finales del XVI
con su estilo “rappresentativo”
(recitativo o declamatorio) con la ópera que se hizo muy poco
después, ya descansando en el canto “spianato”
de Roma o avanzando hacia el estilo “fiorito”
de la escuela veneciana.
Va
cambiando el concepto “en sí” de lo que va a ser la ópera
barroca, lo mismo que evolucionan las tesituras de los cantantes o el
empleo de éstos según los roles que pueden ser interpretados por
castrati, por mujeres o incluso por tenores o bajos, mientras las
arias y “ariosos” ganan terreno a los recitativos. Del canto
silábico a la vocalidad melismática. Se suceden las épocas en que
se introducen estilos de canto o tipo de arias. De las arias
di garbo,
di
forza,
di
furore,
di
morte,
pasando por las de tempesta,
di
toletta,
di
contrasto interiore,
di
paragone,
a las de di
gelosia,
di
sdegno,
o di
sbalzo;
términos de fácil comprensión que pueden indicar, aunque con trazo
grueso, la trayectoria seguida en la búsqueda de emociones y
sentimientos, incidiendo o apartándose de la imitación del canto de
los pájaros, de las comparaciones vocales entre “primos
uomo”
y “primas
donna”
o de las competiciones de los castrati con instrumentos musicales de
viento, traveseras, requintos, trompetas y trompas, bombardinos, de
la tan traída e importante
vocalise
(6) etc.
Con
tales presupuestos es fácil comprender que el primer siglo y medio
de ópera tiene muy poco que ver con lo que habitualmente escucha y
contempla el aficionado de hoy, en el XXI, las composiciones de ese
centenar de años
que discurren a partir de 1820/30 más o menos.
Excepción
hecha de la “deriva” de la ópera francesa hacia el ballet a poco
del comienzo del XVI, en los primerísimos atisbos de la ópera,
primó el “hablar cantando”, donde la música debe ser elemento
ancilar de la palabra. Muy poco después, Roma y Venecia insistirán
en lo contrario, en “cantar hablando”, en la primacía del aria y
de la música y el texto pasará a ser “un pretexto” para oir cantar... En términos de nuestros dos primeros compositores de
óperas, los referidos Peri
y Caccini:
Peri
trabaja el “quasi
in armonia favellare”
(hablar casi en música), frente a Caccini
con su “imitar
con canto chi parla”
(imitar cantando al que habla), y no se trata de ningún juego de
palabras, ya que esta segunda escuela ganará la batalla durante
ciento cincuenta años sentando las bases del canto barroco hasta las
reformas de Gluck
con su “drama
in (per) musica”,
donde retorna el protagonismo del libreto sobre la partitura.
Más o menos y coincidiendo con la revolución francesa, una especie
de equilibrio, consenso o guerra fría entre ambas formas de ver el
teatro cantado continuará hasta el siglo XX.
En la evolución de la ópera y el belcanto barrocos hay un punto de
inflexión muy importante y se manifiesta aproximadamente en el
segundo cuarto del XVIII. Desde el punto exclusivamente vocal,
mención expresa de los grandes y decisivos compositores, Porpora,
Hasse, Purcell y Handel, se llega a la
culminación de esa forma de cantar. Las tesituras alcanzan los
máximos sobreagudos y extensión. La ornamentación y coloratura (5)
tocan el techo de lo más difícil y complicado. Conviven los mejores
castrati de la historia, Bernacchi, Senesino,
Carestini, Caffarelli y, sobre todos, Farinelli,
con las célebres divas y rivales Francesca Cuzzoni y Faustina
Bordoni. Podría hablarse de una Época de Oro del bel canto
barroco. Pero también fue determinante la remodelación de la otra
banda, la de los libretos. El absoluto dominio de ese campo en manos
de Metastasio (Roma, 1698 / Viena, 1782), intentando
compenetrar libro y partitura, y por tanto, sentimientos y estados
anímicos con las páginas musicales, fijando tipos de arias,
buscando los estilos áulicos, sentimentales y galantes.
El
belcanto italiano y sus “ángeles músicos” se extendieron por
toda Europa incluída Francia, pese al rechazo general de este país
a los eunucos “virtuosi”
y de ser el único que luchaba por conseguir un género lírico
propio e independiente del transalpino contando con el tránsfuga
Lully y el apoyo decidido de Luis XIV por las
“operas-comedie-ballet”,
donde el propio Rey Sol hizo sus pinitos como danzante.
La ópera barroca va dando muestras de cansancio. El Romanticismo va
imponiendo sus claves. Desciende el interés por lo “maravilloso”,
por la ambigüedad sexual y por el travestismo: el espectador quiere
ver dramas y problemas reales. Exige que las voces que hoy
consideramos bellas y normales sean la base para expresar
sentimientos y pasiones humanos en el escenario; el héroe masculino,
además de aspecto viril, ha de tener voz de “hombre”, tenor,
barítono o bajo y, por ende, las mujeres, realidad y voz femeninas,
sopranos, mezzos y contraltos.
Mozart
y Rossini,
sobretodo en sus óperas serias, emplean muchos elementos
belcantistas barrocos. Este último maestro, verdadero epígono de
los compositores belcantistas fue un nostálgico de la “forma” de
interpretar de los “castrati”
en el exacto sentido de que su impresionante técnica y su
virtuosismo genial era la mejor manera que tiene un cantante para
desatar las más altas emociones. Intuyendo su inminente final y que
el creciente romanticismo no iba a dar cabida a sus virtudes
expresivas, y mucho peor si en “sus roles” los sustituyeran
contratenores, falsetistas o cualquier otro tipo de farsantes,
desarrolló las posibilidades vocales, tesituras y timbres, de las
voces “naturales”, a pesar de ser pesimista en cuanto a que las
voces naturales pesadas y lentas pudieran realizar los virtuosismos
necesarios ya que “El
verdadero virtuosismo es siempre expresivo”,
según Celletti.
Sin duda, y afortunadamente, el maestro se equivocó,
pues tanto él mismo como los maestros de canto de finales del XIX y
los del XX cuidaron muy bien de no perder algunas de las conquistas
técnicas tales como nuestros queridos filados (diminutions)
o la messa
di voce.
Pondremos solamente dos ejemplos cercanos todavía: Cantantes
españoles, Montserrat
Caballé
y Miguel Fleta,
con instrumentos al inicio claramente líricos pero con mordente y
“spingere”
notables, llevando sus voces a registros más grávidos y
parcialmente oscuros “spintos”,
consiguieron filados memorables.
Sin añoranzas de épocas doradas pretéritas, y desconocida su
auténtica realidad, siempre quedará el legado de los logros
expresivos producto de las técnicas belcantistas barrocas y su
influencia en las tesituras impostadas propias del XIX y gran parte
del XX.
“Gioacchino Rossini ha sido el compositor de
óperas más inteligente de la historia”. R. Celletti.
NOTAS
1 – No existe en español casi ningún escrito relacionado
directamente con el bel canto. De soslayo aparece en todas las
Historias de la Música y más en concreto en las historias o
estudios relacionados con la Ópera. En italiano y en inglés se
encuentra abundante material, en gran parte traducido al francés.
Asímismo, no existe en español traducción del libro más notable
sobre el Bel Canto del musicólogo, crítico y primer especialista
Rodolfo Celletti, aunque sí en francés, “Histoire du
bel canto” (Artheme FAYARD- 1987)
2 - Le bel canto (Rene JULLIARD- 1961) – Olivier Merlin
– El conocido publicista investiga el concepto amplio y coloquial
de bel canto.
3 – Intermedi – En el siglo XVI se popularizan en
Italia estos breves espectáculos musicales cantados que se
representaban en los entreactos del teatro serio (en principio
tragedias y comedias habladas). Se datan concretos intermedi
en Florencia en 1539 y su desarrollo fue fundamental en la
génesis de las primeras óperas.
4 – Jacopo PERI. A este importante cantante y compositor le debemos
las dos óperas primeramente publicadas, Dafne-1597 y
Euridice, estrenada en 1600.
5 – Castrati – En italiano, plural del término
“castrato”. El DRAE recoge la voz “castrato” independiente
del concepto general de “castrado”: “(Del it. castrato,
propiamente, “castrado”). m. Mus. Cantante al que se
castraba en la infancia para que conservara el timbre de voz agudo.
6 – Vocalise (palabro francés empleado en España) – En
italiano, gorgheggio. El origen está en la imitación del
canto de los pájaros por los castrati coloratura = Canto sin
palabras que se entona con el sonido de las vocales. A partir del
siglo XIX fue empleado como ejercicio vocal y puesto en boga por
Angelica Catalani.
7 – Coloratura – Según el DRAE, “)Del it. coloratura)
f. Mus. En el canto, adorno virtuosista de una melodía”.
Curiosamente su origen no está en lo que dicta el sentido común, la
traducción fácil: hacer “colores” con los sonidos, sino de
convertir la duración de un sonido largo en múltiples breves, o
sea, de una nota de color blanco (redonda, blanca) dividirla en las
correspondientes de color negro (negras, corcheas, fusas, etc), de
hecho, ennegrecer, dar color, colorear el pentagrama.
![]() |
8 Rossini, nostálgico del virtuosismo expresivo de los castrati.
|
En Pamplona, 22 horas del día 15 de Marzo de 2015
Fdo.: Juan Ramón de ANDRÉS SORALUCE
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